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"Los ojos del recuerdo", Javier Ruiz Ruiz, colegio Filipense Blanca de Castilla, ganador categoría C del Concurso Cuentos de Navidad de Guardo
Publicado : Ayuntamiento de Guardo
12 de enero de 2021
LOS OJOS DEL RECUERDO
Frío, nieve, viento estremecedor. Por fin el otoño había dado paso al invierno, convirtiendo las dulces y algodonadas estampas ocres en un paisaje vacío y desolado donde el mar destacaba como única fuerza viva, Rober sabia esto y sus ojos verdes brillaban. Cogió el camino largo, el que pasaba por el paseo marítimo. Con la brisa en la cara, el anochecer y unas caladas de aire fresco, consiguió olvidarse de todo aquello por un segundo y simplemente sentir el frio extendiéndose desde sus dedos hasta la punta de su nariz, compartiendo su vacío interior con el del paisaje.
Paró de camino a casa y compró un paquete de comida, las luces de navidad alumbraron su camino, siguiendo su estela en la ya caída noche.
Roberto aparco su bici unos metros mas lejos de su casa y camino hacia un callejón, allí le esperaba, arropado entre cartones y lonas un cachorro que no superaría el mes:
- Siento haber tardado tanto chico, esta no ha sido una buena semana -dijo mientras vaciaba el paquete en un comedero de plástico- cada vez queda menos, intentaré que te dejen entrar en casa cuando pasen las navidades.
Unos gruñidos y lametazos le contestaron y seguidamente comenzó a vaciar el comedero.
Roberto recogió sus cosas, se sacudió los zapatos y entró en casa. Miró la foto colgada en la pared: los ojos azules de su abuelo le miraban fijamente en el día de su comunión, y este le agarraba del brazo con una sonrisa de oreja a oreja. Sin reparar en lo que esa foto le hacía sentir, subió rápido las escaleras saludó a su madre y terminó sus deberes.
Esa noche, el frío que le inundaba desapareció y el vació de mar dio paso al sentimiento profundo, un sentimiento que combinaba furia, dolor, alegría y tristeza. Recordaba todos los buenos momentos con él, pero también la última despedida y revivirá hasta el último aliento esa noche donde su mundo se derrumbó.
Purpurina, bolas rodando y los niños cantores, era el primer día de vacaciones y la casa ya olía a bizcocho y el salón estaba lleno de restos de espumillón.
-Buenos días -le saludó su madre dándole un beso- decide ya tus regalos de navidad que las fechas se aproximan y cada vez hay más gente en la calle y menos cosas en las tiendas. Sé que no te apetece pensar en esto ahora, pero el abuelo habría querido unas navidades perfectas para todos y se lo debemos.
Sin responder Roberto cogió una taza y la llenó de café caliente.
-Sigo pensando, solo necesito una camisa, nada más de momento.
No quería seguir con la conversación así que decidió salir a dar un paseo.
Vaho en el aliento y frescor matutino. Decidió ir a visitar a su amigo en el callejón, este parecía que había pasado una noche agradable, sin incidentes.
-Buenos días chico, veo que has dormido bien, o bueno, todo lo bien que se puede dormir en la calle. No sabes lo que me duele verte tiritando cada mañana, busco la forma de decírselo todavía, debes esperar, mientras tanto la comida corre de mi hucha.
Por primera vez, con el sol de la mañana se fijó en sus ojos, azules, penetrantes como unos que había conocido anteriormente, unos que no le acompañarían estas navidades.
Tras un paseo por el mercado, encontró un juguete con forma de papa Noel perfecto para que acompañase en las frías noches. Ya se aproximaba la hora de comer y volvió para dejarle este juguete. Cuando alcanzó el callejón ahogó un grito, no había no rastro de él, ni de sus mantas ni de las cajas. La inquietud pudo a la ansiedad y cogiendo su bici lo buscó por todo el pueblo. Ahora en el paseo marítimo ni el vació del paisaje ni el frio estremecedor consiguieron calmar su corazón y el miedo a volver a perder esos ojos le obligaba a continuar.
Pasaron 3 días y las esperanzas decayeron, decidió intentar disfrutar de la noche buena con su familia, aunque lo veía imposible. Sentía que ese azul ya era conocido, que había vuelto para calmarle.
Ruidos de copas, olor a guiso y papel de envolver. La cena fue tranquila, nadie mencionó nada sobre la silla vacía que quedaba en la cabecera. Era noche buena y las once y media. Las doce llegaron y con ellas los regalos. Roberto ya no tenía ganas ni de husmear debajo del árbol a ver que paquetes llevaban su nombre. Su prima pequeña gritó:
-Vaya, Roberto ha debido de ser muy bueno tiene el regalo más grande de todos.
Este, ahora curioso se acercó y vislumbró un paquete rojo de un metro de alto. Lo abrió con rapidez y no pudo contener las lágrimas. Dentro de la caja se encontraba aquel pequeño cachorro de ojos azules que tanto había buscado, ahora con unas mantas nuevas y con un collar que decía ”Adolfo”. Miró a su madre, esta asintió con una sonrisa brillante y levantando la copa dijo:
-Busca, que hay algo más.
Bajo las mantas del cachorro se encontraba una camisa que le resultaba familiar, aquella que su abuelo llevaba la foto de su comunión y que, en el interior, la etiqueta llevaba bordadas las letras “Adolfo”.
Ahora sintió que estaba allí con él, ese perro significaba algo y sus ojos lo demostraban, eran los ojos del recuerdo, para un recuerdo eterno de alguien a quien realmente quería.
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